Qué nombre ponerle a mi bebé

Si lo pensáramos como un regalo, el nombre es el segundo regalo, después de la vida, que le damos a nuestros hijos.

Las que han pasado por el embarazo, saben que éste es uno de los temas mas controversiales. Desde que sabes el sexo del bebé, la primera pregunta de la gente es: ¿Y cómo se va a llamar? Lo que mas risa me da, es ver las reacciones cuando el nombre no les gusta.

Todavía no termino de entender por qué todo el mundo tiene que tener una opinión en algo tan personal. Que más da si es el nombre de moda, o de la persona que nos inspiró o escogimos un nombre completamente atípico.

Entiendo y respeto que en cada cultura existan tradiciones y que los nombres que en algún país no sean comunes, en otro lo sean.  Por ejemplo, una amiga me contaba que en la religión judía los sefardíes acostumbran poner el nombre de algún difunto de la familia en honor a esa persona. La tradición me parece divina, honrar a un ser querido que ya no está físicamente pero que ahora de cierta manera ilumina a esa nueva personita.

Habrá muchas otras personas o culturas que nunca le pongan a sus hijos el nombre de un difunto, por la carga energética y kármica tan fuerte que pueda traer.

Está también el caso donde el bisabuelo, el abuelo y el papá se llaman igual y donde seguramente el bebé va a ser Manuel IV si o si. Aunque conozco el caso de los valientes que rompen tradiciones y eso también me encanta.

Algunas cosas que nos sirvieron para escoger el nombre

Con tantísimas cosas en mente, cuando arrancamos el proceso de escoger los nombres de mis hijas, pusimos algunas reglas:

  • No queríamos que se llamaran igual que yo. Venían dos en camino así que me parecía muy injusto ponerle mi nombre a una si y a la otra no. Por otro lado en mi familia cada quien tiene su nombre y siempre me pareció un gran regalo de individualidad. Yo al ser la mayor, si hubiera tenido el nombre de mi mamá, sería Reginita.
  • Las niñas iban a nacer en Estados Unidos así que no queríamos un nombre muy difícil de pronunciar o con la letra “ñ” que en el abecedario americano no aparece.
  • Que los posibles apodos o diminutivos del nombre fueran aceptables.
  • Que combinaran con el apellido.
  • Que nos gustaran a los dos.

Nunca me imaginé que el quinto punto iba a ser el más difícil. Nos costó mucho ponernos de acuerdo y el estrés aumentaba con la presión familiar de escoger nombre para bordarles la letra o el nombre en algún regalo.

Para no hacerles el cuento largo, en la semana 28 del embarazo me dijeron que una de mis bebés venia demasiado chiquita, mientras la otra venía muy grande. Con los gemelos idénticos esto puede pasar porque se alimentan de la misma placenta y a veces uno se alimenta más que otro.

Los doctores fueron muy claros, si en dos semanas la bebé no crecía lo suficiente teníamos que prepararnos para que nacieran. Por supuesto que en estas dos semanas no pensamos en el nombre de ninguna, sólo nos enfocamos en hacer todo lo que estaba en nuestras manos para evitar que nacieran. Una de las cosas que hice fue pedir a la Virgen que la más chiquita creciera.  A la bebé más grande le hablaba diciéndole que ayudara a crecer a su hermana.

A las dos semanas que regresamos al doctor a tomar decisiones, sorprendentemente o milagrosamente (cada quien lo ve desde la perspectiva que quiera) la mas chiquita aumento 17% en tamaño y la bebé más grande disminuyó 17%, regalándole ese porcentaje a su hermana. Y así escogimos los nombres, María (porque fue nuestro milagrito) y Jimena, que además de que era uno de los nombres que nos encantaban, significa “la que escucha”.

Hoy sin importar a quien le gusten o no, no las podría llamar de ninguna otra manera. Siempre y para siempre Mi María y Mi Jimena.

 

 

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